26/11/2024
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Apenas habían transcurrido unos meses desde el 25 de mayo de 1810, que la revolución rioplatense ya tenía varios frentes de guerra abiertos. Uno de ellos era el Paraguay, en donde el inveterado espíritu autonomista de su elite y de su pueblo se había manifestado en contra de las pretensiones de Buenos Aires por erigirse en el heredero del poder colonial. La postura discordante entre Asunción y la capital colocó a Misiones en el centro de las disputas y obligó al envío de una fuerza armada, la que fue puesta bajo el mando del vocal de la Primera Junta, Manuel Belgrano.

 

Como vimos en “Belgrano y su paso por el litoral”, el ejército revolucionario cruzó el Paraná a la altura de Santa Fe y, desde allí, se internó por el litoral a través de un camino alternativo al tradicional, con el objetivo de ocultar sus movimientos al enemigo. En su marcha, el general mantuvo un contacto permanente con el gobernador misionero, Tomás de Rocamora, quién no dejó de expresar su preocupación ante la postura ambigua que habían adoptado los cabildos guaraníes frente a la disyuntiva de optar por Buenos Aires o Asunción. En este artículo se describe el arribo de Belgrano al actual territorio misionero y la estadía de sus tropas en Candelaria, punto que se adoptó como cuartel general para la organización del ataque al vecino país.

 

Escena de la batalla de Tacuarí, obra de Rafael del Villar, en Complejo Museográfico Provincial «Enrique Udaondo».

Misiones bajo dos fuegos

La complejidad de la época se trasluce en que tanto Buenos Aires como Asunción proclamaron lealtad a Fernando VII, el monarca prisionero a manos de los invasores franceses. Los porteños lo hicieron mediante la adopción del principio de la reversión de la soberanía, planteado por Juan José Castelli en el cabildo abierto del 22 de mayo, según el cual la soberanía, o sea, el ejercicio del poder, volvía a manos del pueblo si el monarca se encontraba impedido de ejercerlo.

Con ese argumento habían surgido todas las juntas desde 1808 en adelante, tanto en España como en América. Por su parte, la capital paraguaya expresó su lealtad al rey mediante la adhesión al Consejo de Regencia de Cádiz, el órgano de gobierno que pretendía ejercer la soberanía sobre la península y sus colonias, siempre a nombre del rey cautivo. Desde la óptica asunceña la postura era utilitaria: cuanto más lejanas estuvieran las autoridades, menos sería su influencia en el gobierno local. La distancia con los centros del poder colonial explica, en parte, el carácter autónomo que caracteriza históricamente al Paraguay.

 

En este contexto, Misiones quedó tensionada bajo dos fuegos: el porteño y el paraguayo. Ambas consideraban que este territorio se encontraba bajo su jurisdicción y, en virtud de ello, reclamaron la adhesión del pueblo misionero. Ya vimos que el gobernador Rocamora reconoció de inmediato a la Primera Junta, pero no logró el acompañamiento decidido ni de los subdelegados departamentales ni de los cabildos guaraníes. Los líderes del pueblo nativo se mostraron ambiguos no por falta de convicciones sino en defensa de una certeza más profunda: la defensa de sus propios intereses por sobre cualquier otro argumento. Ese interés supremo era el derecho al gobierno autónomo sobre sus tierras. Ni Buenos Aires ni Asunción garantizaban ello con sus posturas, por lo que no había necesidad de adherir a una o la otra en forma explícita.

 

Por ende, Belgrano solo encontrará en Rocamora a un adherente decidido por la revolución, mientras que a los guaraníes deberá seducirlos y convencerlos con su prédica. En próximas notas nos detendremos sobre este aspecto, tan interesante como poco conocido.

 

 

Belgrano en Candelaria

En virtud de la invasión paraguaya a Misiones, en agosto, Rocamora se replegó sobre los pueblos de la costa del Uruguay, en especial Yapeyú, el más austral de ellos. Allí reunió a las milicias misioneras junto a un pequeño parque de artillería, al frente del cual marchó hacia Curuzú-Cuatiá, según lo dispuesto por el propio Belgrano. En simultáneo, el general designó a Rocamora como cuartel maestre del ejército, en una medida que pudo ser tanto un reconocimiento hacia el veterano coronel, como un intento por seducir a la población misionera mediante el destaque de la máxima autoridad provincial.

Sin esperar la incorporación de las milicias misioneras, el ejército continuó su avance y alcanzó la costa del Paraná, a la altura de la isla de Apipé, en los primeros días de diciembre. Desde allí se remitirán oficios a las autoridades paraguayas y sendas proclamas dirigidas a “los paraguayos” y a los “naturales de Misiones”. En este último texto, que se adjunta completo (Ver: Documentos de la historia), Belgrano explica que “la excelentísima junta me manda a restituiros vuestros derechos de libertad, propiedad y seguridad de que habéis estado privados por tantas generaciones”.

 

De allí “mandé fuerzas a Candelaria y ordené al Mayor General que viese por sí mismo el ancho del río en aquella parte”, explica Belgrano en su “Autobiografía”. Desde tiempos coloniales aquel era el paso tradicional para cruzar el Paraná, debido a que la anchura del mismo era menor que en otros sitios. Por su parte, los paraguayos reunían sus fuerzas en Itapúa, la actual Encarnación, que era el otro punto propicio para atravesar el río.

 

Luego de una dificultosa marcha a causa de las lluvias torrenciales, el grueso del ejército arribó a Candelaria el 15 de diciembre. En su “Autobiografía”, el prócer describe que el pueblo “tiene el colegio arruinado, los edificios de la plaza cayéndose y algunos escombros que manifiestan lo que había sido”. En la antigua capital de las Misiones se instaló el campamento del ejército revolucionario. Los días subsiguientes se utilizaron en preparar los botes y ensayar el embarco y desembarco de las tropas para el momento del cruce fluvial. En la tarde del 18, las tropas realizaron una parada militar y bajaron en formación hacia el puerto, “de modo que lo viese el enemigo”, explica el general.

 

En la madrugada del 19, una pequeña partida patriota cruzó el Paraná y sorprendió a las avanzadas paraguayas de Campichuelo, las que se replegaron hacia Itapúa. En las horas posteriores se sumaría el resto del ejército, el que no tuvo mayores dificultades para completar el paso y reagruparse en la margen occidental. De esta forma, Belgrano obtenía su primer éxito militar. Un éxito pequeño, es cierto, pero suficiente como para consolidar el espíritu guerrero de una fuerza tan heterogénea como bisoña.

Litografía de Manuel Belgrano, obra de Andrea Bacle, en Museo Cornelio Saavedra.

Las tropas misioneras

A todo esto ¿qué había ocurrido con las tropas al mando de Rocamora? Debido al largo rodeo que tuvieron que dar desde Yapeyú hasta Curuzú-Cuatiá, para recién allí avanzar hacia la costa del Paraná, es que llegaron a la actual Posadas cuando las tropas de Belgrano ya se internaban en el Paraguay.

 

La realidad es que el general porteño no confiaba en la calidad guerrera de las tropas misioneras, ya que “los indios no pueden andar sin mujer”, concluyó. Debido a esta particularidad, entendía Belgrano, es que muchos soldados desertaron durante la marcha, la que se hizo lenta y dificultosa. Si bien es cierto que el pueblo guaraní actuaba y se movilizaba en forma colectiva, existen sobradas muestras de la falsedad del argumento belgraniano. En tiempos jesuitas, por ejemplo, las milicias guaraníes actuaron como tropas al servicio del rey en más de 100 campañas por todo el ámbito rioplatense y siempre lo hicieron sin la compañía de sus mujeres y familias.

 

Lo mismo ocurrirá durante el gobierno de Andrés Guacurarí, donde los contingentes misioneros pelearán en escenarios tan lejanos como Corrientes, Santa Fe o la Banda Oriental sin que sus familias los acompañen. Por lo tanto, debemos concluir que el motivo de las deserciones que sufriera Rocamora se sustenta en otros factores. Quizás se deba a esa ambigüedad con que los guaraníes reaccionaron ante la revolución liberal y moderna que les planteaba Buenos Aires, que se embanderaba en principios como la propiedad privada, que era absolutamente ajeno al sentir y a las necesidades del pueblo originario.

 

Lo concreto es que las tropas misioneras no participaron de la campaña al Paraguay, sino que sirvieron de retaguardia estratégica. Primero como custodia de Itapúa, para lo cual cruzaron el río en los primeros días de enero, también con grandes dificultades. Y luego, al plegarse al ejército revolucionario que se replegaba derrotado en Paraguarí (19 de enero) y Tacuarí (9 de marzo).

 

 

 

 

Por Pablo Camogli (*)

Foto de portada: Litografía de Manuel Belgrano, obra de Andrea Bacle, en Museo Cornelio Saavedra.

 

(*) Camogli es licenciado en historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo y magister en cultura guaraní-jesuita por la Facultad de Arte y Diseño de Oberá. Además, es autor de 8 libros sobre historia argentina para las editoriales Aguilar y Planeta y es autor de manuales escolares para editorial Kapelusz. Actualmente dirige el sitio www.misionestienehistoria.com.ar

 

 

 

PE

 

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