25/11/2024
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La noche de los bastones largos: los garrotazos a la universidad que iniciaron el mayor éxodo de investigadores y científicos

El 29 de julio de 1966 la dictadura de Onganía destruyó por decreto la autonomía universitaria y metió a la policía por la fuerza en las facultades de la UBA.

 

Como si fueran los primeros compases de una larga sinfonía del terror, las tropas de la guardia de infantería de la Policía Federal al mando del general Mario Fonseca se desgranaron por los alrededores de la histórica Manzana de las Luces, por entonces sede de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires.

 

Hacía rato que había caído la noche del viernes 29 de julio de 1966, pero la facultad hervía por dentro, donde el decano había convocado a una reunión urgente de graduados, docentes y alumnos para tomar posición sobre la intervención de la Universidad decretada ese mismo día por la dictadura.

 

Hacía exactamente un mes y un día que Juan Carlos Onganía se había calzado la banda presidencial que los votos habían otorgado al radical Arturo Illia. Sus planes contemplan quedarse veinte años en el poder. Para su concepción del país y del mundo, las universidades eran cuevas de ratas marxistas, judías y anticlericales que buscaban subvertir el orden natural de las cosas.

 

El 29 de julio de 1966 -durante la dictadura militar autoproclamada «Revolución Argentina»- el Presidente de facto, Juan Carlos Onganía, firmó el Decreto-Ley N° 16.192 por el cual se suprimía el gobierno tripartito y la autonomía de las universidades nacionales, que regían desde finales de la década de 1950. Además, por dicho decreto se subordinaba a las autoridades de las ocho casas de altos estudios del país al Ministerio de Educación, nombrándolas administradoras o instándolas a renunciar en un lapso de treinta días.

 

La UBA, que el mismo día del golpe había dado a conocer un comunicado de repudio firmado por el rector Hilario Fernández Long, resistió. Esa misma tarde, el Rector de la UBA, el rector y su equipo de asesores presentaron inmediatamente sus renuncias. En señal de repudio a la medida, en cinco Facultades -Ciencias Exactas y Naturales, Arquitectura, Ingeniería, Filosofía y Letras y Medicina- grupos de estudiantes y docentes decidieron tomar los edificios.

 

La noche del 29 de julio, el gobierno resolvió el desalojo utilizando las fuerzas de seguridad. La Guardia de Infantería de la Policía Federal expulsó violentamente a los miembros de la comunidad académica que habían ocupado los edificios de las Facultades de Ciencias Exactas y Naturales y Arquitectura- ubicados en la calle Perú 222- en protesta y en signo de resistencia frente a la disposición de las autoridades del gobierno militar. Se llevaron detenidas a más de un centenar de personas y otras tantas resultaron heridas.

 

Las tropas del general Fonseca marcharon hacia esos mismos lugares, pero la «Operación Escarmiento», como la bautizó, tuvo su epicentro en la Manzana de las Luces.

 

La irrupción policial tuvo su epicentro en la llamada “Manzana de las Luces”

 

La foto pasó a la historia: los ocupantes de la facultad son obligados a salir a través de dos hileras de policías que, armados con bastones, los golpean con saña. 

 

«La historia de los palazos que nos hicieron pasar entre una doble fila de policías ya la conocen todos, pero es curioso, porque a uno le quedan ciertos detalles sin importancia. Por ejemplo, recuerdo que yo usaba sombrero y lo tenía puesto, así que cuando pegaron los palos, el sombrero atenuó los golpes, que no me parecieron gran cosa, pero después, en la comisaría, pasé frente a un espejo donde me vi la cara ensangrentada. Y me lavé, porque me daba vergüenza estar en esa situación. La verdad es que fue verdaderamente notable con tantos palos que dieron que no hubieran matado gente, porque pegaban bien, pegaban con habilidad», recordaría muchos años después el matemático Manuel Sadosky, vicedecano de la Facultad.

 

Rolando García, decano de Exactas, que estaba con Manuel Sadosky, su vicedecano e introductor en el país la computación, enfrentó al oficial al mando: “¿Cómo se atreve a cometer este atropello. ¡Todavía soy el decano de esta casa de estudios!”

 

Respuesta: un bastonazo en la cabeza.

 

Sangrando, García se levantó: «¿Cómo se atreve a cometer este atropello? ¡Todavía soy el decano!».

 

Respuesta: otro bastonazo que le quebró un dedo cuando intentó proteger su cabeza.

 

Mientras, otros esbirros destruyeron laboratorios y bibliotecas.

 

La carta de un profesor

 

El nivel de violencia e impunidad con las que actuaron las fuerzas del Estado impresionaron a la opinión pública y tuvieron repercusiones importantes, incluso en el exterior. Causó un impacto especial la denuncia publicada en el diario estadounidense The New York Times por el profesor norteamericano Warren Arthur Ambrose, que estaba en ese momento en la Facultad de Ciencias Exactas, donde el desalojo fue especialmente violento. Estos sucesos dieron lugar, entonces, a uno de los episodios más dolorosos de la historia universitaria argentina: La Noche de los Bastones Largos.

 

Aterrorizado por lo que acababa de vivir, Ambrose relataba:

 

«Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas, que resultaron ser gases lacrimógenos.  Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente, estimulados por lo que estaban haciendo: se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia contra nosotros«.

 

 

«El procedimiento para que hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con palos […] todo el mundo (entre quienes me incluyo) estaba asustado y no tenía la menor intención de resistir. […] Nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles […] yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieron alcanzarme», contaba.

 

“Esta humillación fue sufrida por todos nosotros: mujeres, profesores distinguidos, el decano, el vicedecano, auxiliares, docentes y estudiantes. Muchos, seriamente lastimados… No tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio del actual gobierno por los universitarios. Odio para mí incomprensible, ya que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que han estado tratando de construir una atmósfera universitaria similar a la de las universidades norteamericanas.”

 

“Esta conducta del Gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por muchas razones entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país.”

 

Luego de ser publicada enThe New York Times, la carta de Ambrose fue reproducida por otros diarios América Latina, Europa y los Estados Unidos.

 

En los meses siguientes, entre profesores despedidos y renunciantes, 700 de los mejores dejaron vacías sus cátedras. Algunos (301, exactamente) se exiliaron. De ellos, 166 fueron contratados por universidades latinoamericanas, 94 por Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico, y 41 por casas de estudio de Europa.

 

Fuga de cerebros

 

El resultado fue el esperado por Onganía. Días después, también como acto de protesta ante el avasallamiento de la autonomía y el ejercicio de la violencia, cerca 1.300 docentes de la UBA presentaron las renuncias a sus cargos. Muchos de ellos abandonaron la actividad académica de manera definitiva. Otros, continuaron sus carreras como académicos y científicos en universidades extranjeras. Algunos retornaron muchos años más tarde a la Universidad.

 

Luego de la represión policial se produjo la mayor “fuga de cerebros” de la historia argentina

 

El impacto de estos episodios sobre la universidad argentina, y en particular sobre la UBA, fue sustantivo, ya que la mayoría de los renunciantes pertenecía a los sectores más dinámicos del cuerpo docente y se encontraban entre ellos muchos de los científicos más calificados de la Universidad, cuya formación había insumido recursos materiales e implicado el trabajo de muchos años. De esta manera, finalizó una de las etapas más renovadoras y transformadoras de la historia de la Universidad de Buenos Aires.

 

Algunos de esos profesores retornaron en 1983 con la vuelta a la democracia. Muchos de los axuiliares y estudiantes de esa época se convirtieron luego en prestigiosos docentes. De esta manera, la Universidad de Buenos Aires se fue reconstruyendo gracias al trabajo mancomunado de todos sus miembros y por el apoyo de toda la sociedad.

 

El orgulloso navío ha vuelto a navegar. Pero el tiempo perdido, la ciencia anulada, el talento de sus profesores acallado, jamás serán recuperados.

 

Es imposible calcular, en términos de atraso cultural, la herida abierta por el dictador.

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: uba.ar / infobae.com

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